El reciente refrendo del populismo en Argentina – e insertos en una variante con sus propios matices – nos obliga a reflexionar en torno a la reinvindicación de los movimientos de masas y la autarquía en países que consideramos cultos y dignos de una herencia democrática. No se diga el decantado de gobiernos con tintes vindicativos como los que hemos visto sucederse en Hispanoamérica. Tal parece que la máxima de “el hombre es el lobo del hombre” requiere de una cohorte de ovejas para entronizarse.

Como tantos otros apóstatas del determinismo, coincido en que los tiranos no son pocos y constituyen una amenaza para todas las sociedades modernas, más aún para los países débiles o aquellos que dependen económicamente de algún imperio.

Donde no concuerdo es en esa pretendida suposición de que el encumbramiento de los dictadorzuelos es un fenómeno contradictorio, como una maldición, algo ajeno a los anhelos democráticos de la mayoría. Me parece en cambio que la tiranía y el populismo son resultado natural del descontento popular, del hartazgo social ante la clase dominante (que se vanagloria en el Olimpo), oportunamente amalgamado por un líder carismático; the right one at the right time. Baste recordar a Elías Canetti con aquella brillante caracterización psicosocial publicada en 1960, “Masse und Macht”.

El ejemplo obvio fue el ascenso de Trump, cuyo apellido significa indistintamente triunfo o pedo. Un billonario estridente, fanfarrón y misógino que se jacta de no respetar a ninguna autoridad más que a sí mismo. Que escoge mujeres como si fuesen objetos de cambio, a quienes denigra o desecha. Que produce su propio show de televisión, cínico y reaccionario; y que se aloja en su torre de marfil en la capital del Imperio moderno, Midtown Manhattan o en los meandros de sus propiedades en Florida, donde el FBI toca la puerta con sobrados titubeos.

Durante su campaña dedicó todos sus recursos y energía a descalificar a sus contrincantes; por ineficientes, por inocuos, acusándolos de lacayos del sistema o de pusilánimes ante las amenazas – en su mayoría ficticias y exageradas – que se yerguen contra su país. El Estado Islámico tanto como los inmigrantes que roban y asesinan, la usurpación de puestos de trabajo tanto como la avaricia de la industria china, los tratados económicos a la par con el terrorismo internacional.

Poco a poco, su discurso aglutinó la inconformidad con la paranoia, y la percepción de que un santuario a prueba de toda inestabilidad no sólo es deseable, sino que es genuinamente posible. En pocas palabras, el ideal se transforma en cumplimiento de deseo. Lo único que se antepone es refrendarlo, votar por él, elegirlo no obstante sus diatribas y disparates. El mesías económico, el que devolverá a sus paisanos la titularidad y el respeto que merecen. Estamos ante su segunda venida?

Hemos escuchado repetidamente que Trump no ganó el voto popular, que fue el sistema anómalo de votos electorales lo que le permitió hacerse con la presidencia. Por el contario, ganó con toda la fuerza y el estrépito que le proveyeron la prensa y la televisión, con el refrendo de sus compromisarios que lo alababan en letreros, símbolos, gorras y camisetas. Make America great again no fue sólo un eslogan, fue la causa y el motivo, la voz que se gritaba y se susurraba, la que se temía pero a la vez se deseaba sin objeciones.

Me parece además que es una trampa necia querer asimilar a este déspota y a sus sucédanos en América Latina con Hitler, Putin, Stalin o Nerón, para fines prácticos. Lo único que tienen en común es la autocracia, pero se entronizaron en circunstancias sociales y épocas muy distintas. Los dos primeros aupados por sus partidos para erigirse en salvadores – del sometimiento o la confusión política -, pero ante todo pertrechados por guardias pretorianas que garantizaron su ascenso. Parecido a Tiberio Claudio Nerón quizá, salvo por las manos sucias de Agripina y la conflagración de Gaio Ofonio Tigellino.

Lo más perturbador, para quienes vivimos a la sombra del Imperio – además de sabernos beneficiados por los gobiernos republicanos como paradoja política – es que Donald Trump va a la cabeza de las primarias de cara a las elecciones del 5 de noviembre de 2024. Mientras escribo esto, constato que tiene 63 delegados frente a 17 de Nikki Haley, otra vocera del conservadurismo más abyecto. Dado que Joe Biden no ha logrado aglutinar la popularidad ni de sus propios acólitos, el panorama pinta sombrío.

Es verdad que hay lugares comunes, pero lo más constante es la necesidad de las masas por verse legitimadas y arrastradas en un clamor unísono. Los convoco a pensar en los rallies republicanos tanto como en las arengas de Nuremberg o las adoraciones públicas de los líderes religiosos. Dentro de la masa, parafraseando a Canetti, las personas no son adversarios o entes distintos, que privatizan su espacio en relación al otro. Se constituyen inconscientemente en aliados – motivados por la música, el color y los símbolos de pertenencia – cuyas emociones se dirigen y descargan contra un enemigo común. Como omnívoros, carnívoros deseantes, los seres humanos queremos devorar, destrozar, comernos al que se nos opone, insiste Canetti. Los dientes son un arquetipo de poder y sus atributos – la mordida, la gesticulación y la mandíbula apretada – son la metáfora actuante del orden y el dominio.

Más que un antídoto para combatir nuestros temores y aislamiento, la masa es una poderosa fuerza ecualizadora y reivindicativa.

El insigne autor alemán, también Premio Nobel, formula cuatro atributos propios de las masas. A saber:

• 1. La masa necesita crecer. Carece de límites naturales y propugna por su expansión y proselitismo.

• 2. Dentro de la masa hay igualdad. Las diferencias individuales se diluyen. De hecho todas las teorías democráticas y de justicia, a que tanto apelamos, derivan de la experiencia masiva y su legitimación.

• 3. La masa venera la densidad. Nunca es suficiente, nada la divide, mientras más espesa se percibe más vigorosa y opulenta.

• 4. La multitud necesita una directriz. Está en movimiento y requiere descargar su potencial en alguna dirección. Si tal vector se dirige en contra de un enemigo virtual o construido, la masa responde como un todo, sin chistar, sin recular.

Podemos suponer que los líderes no necesariamente conocen estas variantes psicodinámicas, pero sus ideólogos las ven, las intuyen y las instrumentan. Piensen en Joseph Goebbels, Georgy Aleksandrov o, para aterrizar en nuestro tiempo, en Steve Bannon, el más cercano asesor de Trump, ahora depuesto y con el rabo entre las piernas.

El temor que despertó en los cinco continentes este inicuo hombre de negocios armado con misiles nucleares; como su contraparte en el Kremlin, repulsivos gobernantes que despiertan atravesado por delirios paranoicos, ratifica la poca fe que nos adjudicamos los ciudadanos como individuos pensantes, acaso capaces de decidir qué nos conviene para ocupar las casas de gobierno.

Es difícil postular en este momento si tales personajes como Javier Milei, Marine Le Pen, Geert Wilders o el mismo Trump se perderán en las aguas revueltas de su propia demencia racista. Me temo que vendrán otros – siempre – que sepan apelar a la rabia inconsciente que yace en todo sujeto cuando no está satisfecho.

Un fantasma recorre el mundo: la ignorancia…y cabalga sobre el corcel de la manipulación mediática. Contrario a lo que dicta nuestra ingenuidad, el populismo no será derrotado por los hechos o el retorno triunfante de la democracia. En cada hombre y mujer está el sueño, el ideal de verse perennemente ahíto. ¿Porqué habríamos de rechazar las gratificaciones y las promesas, cuando nos devuelven a ese estado de goce donde todo nos habría sido dado?

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